“Inocentes,
dóciles, sencillas, amables, transparentes. Bondades abiertas en canales
navegables. Góndolas de realidad para manejarse en las mansas aguas de la vida.
Serias, eruditas, definidas, accesibles, tal vez fueran así antes de caer en desgracia
al conocerme.
Ingenua,
simple, indicativa, terrestre, corta, acontecida y controlada: yo hasta que topé con su destino. Y tuve en la
razón beber de sus encantos.
No podíamos saber que al encontrarnos las
haría mías y me harían suya, y que juntas seríamos subjetivamente locas,
juguetonas y falseadas.
Porque fue vernos
y mezclarnos. Y empezar a corromper silencios. Perdernos en vuelos acrobáticos que no iban a
ninguna parte y eran mundos. Fue vernos y perder. Mis ojos en sus letras. Sus
cargas en mis manos.
Y todo era humo,
inconsistencia, ideas, mente, fantasía.
Solas las
palabras no son nada. Sola yo sin ellas, un vacío.
Juntas: presunción, claves, pronóstico, pistas,
rastros en un mapa, coincidencias, solución y más dudas. Expansión de miedos.
Indómita energía. Correspondencia. Creatividad. Orientación directa y confusa.
Transcurre el
tiempo en paralelo. Me resisto a su llamada, desoyendo al orden coherente.
Barajo una
última vez las palabras con manos temblorosas, tiento mis viejas amigas, como
naipes de un oráculo antiguo e intuido. Las extiendo una a una encima de la
mesa. Y rezo con ellas. Las medito. Las enciendo. Las apago. Me interpreto. Me
transmito. Les cedo mi voluntad sobre el tapete.
Me hablan.
Me quieren, yo
las quiero.”
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