domingo, 16 de febrero de 2014

oráculo antiguo


“Inocentes, dóciles, sencillas, amables, transparentes. Bondades abiertas en canales navegables. Góndolas de realidad para manejarse en las mansas aguas de la vida. Serias, eruditas, definidas, accesibles, tal vez fueran así antes de caer en desgracia al conocerme.

Ingenua, simple, indicativa, terrestre, corta, acontecida y controlada:  yo hasta que topé con su destino. Y tuve en la razón beber de sus encantos.

 No podíamos saber que al encontrarnos las haría mías y me harían suya, y que juntas seríamos subjetivamente locas, juguetonas y falseadas.

Porque fue vernos y mezclarnos. Y empezar a corromper silencios.  Perdernos en vuelos acrobáticos que no iban a ninguna parte y eran mundos. Fue vernos y perder. Mis ojos en sus letras. Sus cargas en mis manos.

Y todo era humo, inconsistencia, ideas, mente, fantasía.

Solas las palabras no son nada. Sola yo sin ellas, un vacío.

Juntas:  presunción, claves, pronóstico, pistas, rastros en un mapa, coincidencias, solución y más dudas. Expansión de miedos. Indómita energía. Correspondencia. Creatividad. Orientación directa y confusa.

Transcurre el tiempo en paralelo. Me resisto a su llamada, desoyendo al orden coherente.

Barajo una última vez las palabras con manos temblorosas, tiento mis viejas amigas, como naipes de un oráculo antiguo e intuido. Las extiendo una a una encima de la mesa. Y rezo con ellas. Las medito. Las enciendo. Las apago. Me interpreto. Me transmito. Les cedo mi voluntad sobre el tapete.

Me hablan.

Me quieren, yo las quiero.”

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