“Duermen inflamables
la cortesía,
la bondad de los gigantes,
el buen hacer de los sabios,
la cordura de los hombres.
Duerme en las frutas amargas
del sueño, en la inconsciencia,
la cólera que extiende
corpórea
mi feroz artillería.
Olvido la arrogancia,
los murmullos de la histeria,
la desobediencia irrevocable,
el descubierto rebelde,
la poderosa validez de las razones.
Se estremecen las palabras,
temblando en el choque de mis gritos;
sobresaltan el desprecio,
el desafío y el espanto de mi cuerpo.
A cada golpe de remo sobre el viento,
brota la sangre de mis ojos,
muero de nuevo en el eco del daño,
resucito en la bandera roja
que abriga mis guardias.
Dobla el despertar
la esquina del infierno.
Disipa el azote la
memoria.
despedazando el alma.
La vida jamás nos pertenece.
Huyo de la inquietud de las horas,
para volver al resultado
del dolor irreparable.
Callaré el discurso de venganza,
abordaré un ensayo impredecible
del final absoluto.
Y en un alarde de
capricho
desplegaré las alas de mi dueño.
Colgada en las cenizas del invierno,
prisionera, maniatada,
reducida al vencimiento
del espanto.
Indómito el deseo se encarama
en la traviesa señal del carcelero.
Quiero morir
en el gozo del incendio,
en el cadalso extremo
de mi entrega voluntaria.
Anochece el pensamiento
y mis soldados más temibles
andan ya rondando mis huesos. “
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