“Qué otra cosa fuéramos sin ser
persona… algo carente de cuerpo y
responsabilidad, como la nostalgia y la imaginación, como el recuerdo o los
sueños. Sin nada que perder.
Una materia diluida en deliciosas
y eternas canciones que habitaran corazones no nuestros. Derramada en paisajes transitados
desde arriba con ojos sin memoria. Escanciando sabores de los deseos ajenos.
Un estado ausente que supiera volar
por donde no fueran posibles los caminos. Elogiando despedidas y encuentros,
derribos y agresiones. Irrumpiendo amores en besos de otros. Con todos los
permisos para no ser amenazados. Invisibles. Alborotados y confusos. Ni
disponibles ni ocupados. Fieles a la traición de la existencia. Navaja abierta
o sable andante por un cielo vagabundo de deseo insatisfecho.
Bien pudiéramos ser un suspiro
velando los labios del viento. O llamas que devoran columnas colosales de
certezas. Ser violentos, concluyentes. Sin cabeza para arrastrar conciencias,
ni hombros que sujeten tempestades. Sin manos que asistan los deberes, ni
semblante que mantener inerte o expresivo.
Quisiera correrme en lágrimas que
no derramasen heridas ni fracasos, que no lastimaran plazos ni esperanzas. Que
no tuvieran testigos.
Y andar sin huellas que dejar en
el barro de mis hijos, ni destino hacia ninguna parte, sin causa obligatoria. Sin
anclas que echen raíces. Ni cerrojos que permitan abrirse ni cerrarse. Sin
paredes que derribe la inconsciencia. Sin nada que ofrecerle al desastre.
No estar preparada nunca pero tampoco
muerta. Y remover el lodo superficial y la amistad profunda. Derrumbada de
coraje y erguida de temores.
Me bastaría una existencia desconocida
para el resto. Trágica y cómica. Casual e improvisada. Ni próxima al dolor ni a la vergüenza. Sin
orgullo, sin pretensiones, sin crespones negros ni banderas de colores.
Qué otra cosa fuéramos sin ser
persona…”
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